Bodensee – Königssee / Radweg

Lo de hacer los Alpes austriacos en bicicleta puede parecer una locura, y creo que lo es ciertamente. En el momento en que se dijo, acabábamos de finalizar el camino a Santiago de Compostela, el cansancio reinaba en nosotros, y la idea surgió seguramente de la animosidad que trae consigo finalizar un buen vino sentados en la plaza de Muros de Nalón, viendo un memorable crepúsculo asturiano. Lo de hacer el radweg que serpentea la Baviera desde el lago Constanza hasta el lago Königssee, en las proximidades de Austria, fue una acertadísima idea que nos permitió saciarnos de un paisaje extremadamente hermoso. Bosques, prados, granjas, animales, puro verde, y pueblitos y pueblos y ciudades, verdadero recorrido arquitectónico por el sur de Alemania, con la cadena alpina de fondo.


dimanche 19 juin 2011

La llegada a Lindau (Baviera [Bayern])






El expreso regional que une Stuttgart con Lindau, se desplaza sin mucho ruido por el estado federado de Baden-Wurtemberg, como una oruga roja y gris perla, y va ganando el “sur” cruzando pueblecitos, deteniéndose en ciudades medianas y va saludando esas coquetas casas de campo con jardín, huerto y balcones donde cuelgan hermosos geranios. Entramos en Baviera, el más grande estado federado de Alemania, y a poco de haber entrado, sentimos la proximidad del lago Constanza. El tren atravesó la ciudad nueva y penetró en el lago por el puente ferroviario que lo lleva a la vieja Lindau, levantada en la isla situada en la rivera septentrional del Obersee. Una vez descendidos en la estación, comenzó el montaje de las bicicletas. Del lago llegaba una brisa fresca y la sirena de un barco entrando en la rada. ©cAc weg2011

Pasando el río franco-alemán (Rhin)

Paris fue quedando atrás. A uno y otro lado del camino de hierro, la campiña dominical dormitaba y delante, la locomotora bufaba en dirección de Strasbourg. El Rhin marcó la frontera entre la France y la Deutschland. El tren fue abriéndose camino en territorio alemán hasta que un resoplo de aire comprimido lo hizo detenerse. La estación de Karlsruhe con su bóveda férrea daba la bienvenida a los viajeros que descendían. Volvió a llenarse el vagón, pasaron los controladores alemanes y el silencio se hizo dueño del lugar. Un rato después estábamos bajando en la Sttugart Hbf. Imponente construcción de piedras con arquerías y vitrales dejando pasar la luz. Once y cuatro minutos de la mañana. En un muro interior por una de las entradas, ocupando la mitad inferior de una arcada, un sobrio monumento recordando a los caídos en la terrible contienda del 14 al 18 del siglo pasado. Mucho más luminosa, la sala de espera, también con arcadas ocupando todo el espacio de los muros. Gente de prisa. Comercios de estación, prensa y souvenirs. Compramos el billete que nos llevaría a Lindau y esperamos que anunciaran la salida del expreso regional. Como nosotros, buena cantidad de ciclistas esperaban el mismo tren. Esta era la razón por la cual nos habían recomendado de comprar los billetes en Stuttgart y no antes. Subimos al vagón extremo próximo al hall de espera de la estación. Una pareja de alemanes con sendas bicicletas ordinarias. Otra con todo el equipamiento incluso para los niños. Hasta la estación que descendieron, siempre buscaban hablarnos en francés. Un alemán cuarentón leía la guía de su radweg sentado en los escalones de acceso al nivel superior del vagón y dos parejas de seniors franceses que comenzaban su itinerario ciclístico en Ulm (les hice una foto al bajar en esa estación). Varias bicicletas cuyos dueños iban acomodados en los asientos de arriba y nosotros, ya montados en la aventura alemana. Calladas, en un rincón del vagón, las dos bolsas con nuestras bicicletas… ©cAc weg2011

Abfahrtzeit

Pedalear en bicicleta al amanecer en Paris, es pedalear por una ciudad fantasma. Apenas gente en las calles, la mayor parte aquellos que han trasnochado e intentan llegar a sus casas. Ya próximos a la Gare du Nord, y a la Gare de l’Est, la imagen triste de París con sus SDF durmiendo en las aceras de los bulevares, y peor aún, ver como algunos eran molestados y hasta maltratados a punta pies por grupos de jóvenes, ellos mismos emigrantes, quizás habiendo pasado por esas mismas galeras callejeras. Comentamos aquella escena que acabábamos de ver, la clásica maldad humana, el declive societal francés con sus problemas de fondo, la hipocresía, la incomunicación, todo envuelto en apariencias, pero siempre el iceberg buscando la luz…, ah, la luz!, la luz matinal tocada de frescor, la luz expandiéndose sobre la casi perfecta armonía urbana de la vieja Lutecia. La fachada de la estación anunciando el Este a través de sus esculturas (Strasbourg y Verdun), construida en 1849, siempre causa sorpresa. No solamente ese palpitar que trae consigo aproximarse a una estación de trenes, donde la vida parte, se escapa, se refugia en otros lados, también por el calor ambiental del va y viene de pasajeros, las pantallas anunciando horarios de salida y de llegada, andenes largos como gigantescas serpientes, trenes que llegan vomitando pasajeros, andenes, andenes…©cAc weg2011